18 Julho 2020
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El suplemento de los sábados 1864 del portugués "Diário de Notícias" contiene un reportaje sobre la provincia romana de la Lusitania, de la que formaban parte casi toda Extremadura y una buena parte de lo que hoy es Portugal. Uno de los artículos lleva la firma del Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, en el que destaca que la historia de Extremadura no puede ser entendida sin tener en cuenta a Portugal.

Este es el texto en español del artículo, que lleva por título "Nuestra Lusitania" que también se puede leer en una versión bilingüe en este enlace



NUESTRA LUSITANIA

En ocasiones atribuimos nombres actuales a realidades que no existían, ocurre cuando hablamos de Alemania o de Italia antes de su unificación o mencionamos la llegada de los fenicios a España o a Portugal, como si Cádiz y Lisboa formasen en aquella época parte de dos países que tardarían muchos siglos en nacer.

Estas incongruencias históricas del lenguaje que a veces utilizamos no impiden que nos entendamos, porque los territorios han pasado por muchas vicisitudes pero siguen siendo, en esencia, los mismos. Es muy probable que un paisaje único en el mundo como el de la dehesa, que vemos desde la provincia de Salamanca y el distrito de Castelo Branco hasta Huelva y el norte del Algarve, atravesando toda Extremadura y el Alentejo, fuese también el mismo hábitat que vieron los ojos de el pastor lusitano Viriato o de quienes levantaron un Templo a Diana en Évora o en Mérida.

La historia de la región extremeña no se puede relatar sin tener en cuenta lo que hoy es Portugal. La provincia romana de la Lusitania abarcaba la mayor parte del territorio actual de Extremadura y todas las tierras más occidentales de la península desde el Duero hasta al Algarve. Un mapa que volvería a coincidir siglos más tarde con el del reino taifa de Badajoz, el Reino Aftasí. Luego los reinos cristianos fueron estableciendo sus fronteras por toda la península en su avance hacia el sur y quiso el destino que Marvão estuviera a un lado y Valencia de Alcántara en el otro, que Arronches acabara en Portugal y La Codosera en Castilla.

Pero nuestros pueblos superaron las fronteras y desde 1986 caminan conjuntamente en una Europa en la que siempre fuimos aliados. La Unión Europea nos permitió acabar con los obstáculos aduaneros y durante más de tres décadas hemos hecho que La Raya sea invisible, que la gente se haya acostumbrado a comprar, a residir, a trabajar, a estudiar o a divertirse en el otro país con una naturalidad que habría sido impensable a mediados del siglo pasado. La cooperación transfronteriza, promovida gracias a los programas de Interreg, fue un impulso para iniciar una dinámica que ya no hay quien la pare, porque se han tejido vínculos de todo tipo: económicos, comerciales, políticos, institucionales, culturales y, principalmente, humanos.

En los últimos 30 años hemos aprendido nuestros idiomas en colegios e institutos, hemos llenado las agendas culturales con artistas del otro país, nuestros escolares han participado en encuentros con jóvenes de ambos lados de la Raya. Portugal es el principal destino de las exportaciones extremeñas y también es Portugal el país del que más importamos los extremeños.

En 2009 nos integramos con Alentejo y Centro en la eurorregión Euroace en la que trabajamos día a día en todos los ámbitos, desde promocionar conjuntamente nuestros atractivos turísticos en mercados lejanos hasta implicarnos en proyectos comunes de innovación, protección social, emprendimiento o conservación medioambiental. No hay asunto que se aborde en Extremadura que no se piense en clave transfronteriza, que no tenga en cuenta de qué manera puede compartirse con nuestros vecinos para que tenga un mayor alcance y para que pueda beneficiarnos a todos.

Los meses que la pandemia nos ha cerrado las puertas han servido para darnos cuenta de lo mucho que nos necesitábamos, en los restaurantes de Elvas, en las tiendas de Badajoz o en las ciudades de la costa portuguesa donde muchos extremeños tienen su segunda casa. Pero no hay vuelta atrás. Un virus nos podrá poner impedimentos temporales a la movilidad, como lo ha hecho en cada pueblo y en cada ciudad, pero será imposible volver a levantar barreras permanentes. Uno de los padres de la Unión Europea, el francés de origen germano-luxemburgués Robert Schuman, dijo que las fronteras eran las cicatrices de la historia. Lo sabía de primera mano alguien que había vivido dos guerras mundiales y que conocía el dolor que habían provocado los enfrentamientos en la vieja Europa durante la primera mitad del siglo XX. Su empeño en curar las heridas y ver las cicatrices como un mero recuerdo del pasado es hoy la Unión Europea, un espacio que no está exento de dificultades pero que es infinitamente mejor que cualquier otra opción.

En Mérida, en la que fuera capital de la Lusitania, las piedras milenarias de Emérita Augusta vuelven a ver y escuchar a los autores greco-latinos en un Festival de Teatro que cumple 66 ediciones en 2020. Cada año nos visitan centenares de portugueses que encuentran junto al Guadiana la cuna de la cultura común. Hace unos años el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y el Museu Nacional de Arqueologia de Portugal compartieron una exposición de enorme éxito que llevaba por título Lusitania Romana. Origen de dos Pueblos. Hoy el adjetivo luso se identifica con Portugal porque las palabras a veces acaban refiriéndose a una parte o al todo. Conocer nuestras raíces comunes en aquella provincia romana servirá para fortalecer nuestras ya inmejorables relaciones actuales y para asegurarnos de que esas cicatrices de la historia de las que hablaba Schuman, que ni debemos ni queremos ocultar que existieron, continúen siendo el terreno más fértil para seguir avanzando juntos.



Publicado en el suplemento 1864 de los sábados en Diário de Notícias. 18 de julio de 2020